PARADOJAS DE LO COOL
Micro propuestas para una posible
lectura política de lo literario
Alberto
Santamaría
WALTER BENJAMIN Y
EL ESCRITOR RETRASADO
Walter
Benjamín, en noviembre de 1930, escribía lo
siguiente: "Los escritores son uno de los grupos humanos más retrasados en
el análisis de su experiencia social". Este texto/diagnóstico es el
principio de un breve trabajo de Benjamin titulado "Crítica de las
editoriales" en el que se asombra ante el hecho de que "no se haya
nunca elaborado un estudio sociológico (por no hablar de una crítica) de estas
instituciones". Considera necesaria una decidida y continua reflexión
por parte de los escritores sobre las editoriales donde sus obras tienen
cabida. Para Benjamin es sorprendente el hecho de que apenas pase por la cabeza
de un escritor reflexionar sobre el origen, ampliación y desarrollo del marco
económico en el cual se insertan sus obras, un hecho que no ocurre en otras
disciplinas, donde los artistas se cuestionan acerca de los procesos y derivas
de su trabajo, elaborando a su vez un análisis de su experiencia. A diferencia
de ciertos artistas visuales, donde ese cues-tionamiento deviene en ocasiones
piedra angular de su trabajo, el escritor parece retrasado o perdido
oportunamente, situándose fuera de ese cuestiona-miento. El propio Benjamin más
adelante añade: "A veces [los escritores] son capaces de negociar provechosamente
con los editores, pero igual que en la mayor parte de los casos no saben
explicarse la función social de su trabajo, en su comportamiento frente a la
editorial nunca reflexionan sobre la función de la misma". A esto se
referirá indirectamente cuatro años más tarde igualmente Benjamin al inicio de
El autor como productor. Este texto de 1934 fue leído en París, como es
conocido, en el Instituto para el Estudio del Fascismo y al inicio señala cómo
desde Platón "la cuestión del derecho a la existencia de los escritores no
ha sido planteada casi nunca con vigor semejante: pero hoy de nuevo se
plantea". Entre la escritura de estos dos textos ("Crítica de las
editoriales" [1930] y "El autor como productor" [1934] se
produce la quema de libros en Dresde, el 10 de mayo de 1933. Ese día, entre los
libros que ardieron para alegría de los filo-nazis se encontraban obras de
Walter Benjamin. Por otra parte, el autor de la proclama de la quema de libros
fue Will Vesper, a quien Benjamin, en carta a Herbert Belmore, en julio de
1910, había definido como autor de un par de poemas buenos, aunque le achaca su
tardío descubrimiento de la poesía de Holderlin. [Quedémonos con este nombre:
Will Vesper.]
CASO BERTELSMANN/BERLUSCONI
El 10 de
junio 1998 Thomas
Middelhoff, recién nombrado presidente de Bcrtelsmann AG, fue galardonado
en Nueva York con el Premio Vernon A. Walters. Este premio fue creado por Atlantic
Bridge, una organización fundada para promover las relaciones
germano-estadounidenses, y por el Armonk Institute, instituto organizado por el
presidente del Comité Judío Americano. Unos meses antes de recibir este
premio, el grupo Bertelsmann había adquirido la prestigiosa editorial Random
House , convirtiéndose así en la mayor empresa editorial estadounidense. En
la conferencia que Middelhoff pronunció como agradecimiento al premio afirmó
en varias ocasiones el orgullo de pertenecer a "una de las pocas empresas
no-judías clausurada por el régimen nazi". Esta idea la repitió
obstinadamente y con vehemencia durante varias semanas. Según la lectura de Middelhoff,
Bertelsmann habría sido censurada por los nazis en 1944 por la difusión y
publicación de libros subversivos. Middelhoff se mostró orgulloso de este
hecho en varias ocasiones y en diferentes entrevistas. Hacía incluso alarde de
esa tradición ética de su empresa. Pero, ¿por qué esta insistencia? ¿Por qué
tanta necesidad de mostrar la valentía de una editorial en tiempos de guerra
habiendo pasado más de cincuenta años de su conclusión? ¿Acaso escondía algo?
He ahí el tema. Durante su estancia en Estados Unidos el máximo responsable
entonces de Random House insistió, en todas y cada una de las entrevistas
concedidas, en la profundidad ética y la limpieza moral de su empresa. Pero,
¿por qué? Había un motivo insoslayable: semanas antes de la compra de Random
House comenzaron a surgir las sospechas de que la historia de los Bertelsmann
no era tan limpia como se suponía. Las sospechas giraban en torno a los fondos
conseguidos durante la guerra, y que, por lo tanto, la base económica de su
imperio no se asentaba simplemente -como querían hacer creer— sobre el trabajo
moralmente intachable de una familia de protestantes muy religiosos. Así que
cuando Middelhoff recogió el premio éste ya conocía las primeras voces que
cuestionaban —aunque pretendía acallarlas— esta versión oficial. Éste es el
caso del periodista Hersch Fischler, o de los periodistas del Neue ^ilrcher
^eitung, quienes revelaron de modo aun primitivo los vínculos de Heinrich
Mohn, padre del actual patriarca de Random House, con la alta jerarquía nazi,
gracias a lo cual pudieron convertirse en la mayor editorial durante la guerra
y amasar una inmensa fortuna que les serviría para mantener su imperio hasta
nuestros días. Sí. La historia no era tan heroica. Toda una serie de dudas,
vacíos e incongruencias en la propia historia familiar, hacían
chirriar las bases de una empresa que tenía la ética como seña de identidad.
¿Cómo era posible que una pequeña editorial de libro conservador-religioso
amasará tal fortuna, lograse una posición tan elevada y llegase a publicar
veinte millones de libros de la noche a la mañana? Todas éstas y otras dudas
provocaron que se le encargase a un comité independiente, dirigido por Saúl
Friedlander, el estudio de esas posibles y estrechas relaciones entre Bertelsmann
y el Tercer Reich, con la confianza de que las historias narradas por el viejo
Heinrich Mohn sobre la intachabilidad moral de su editorial fuesen ciertas. Sin
embargo, no iba a ser así. Dos años más tarde se reunieron cerca de seiscientas
páginas con todos los datos recavados. Datos y resultados que fueron
abrumadores. Sí. Es cierto: no sólo había relación sino una implicación
importante entre la editorial Bertelsmann y el Tercer Reich. La editorial había
sido cerrada 1944 —eso sí era cierto—, pero no por su oposición subversiva al
régimen nazi (como había contado Heinrich Mohn), sino por todo lo contrario: un
elevado abastecimiento al régimen había dejado a la fábrica sin papel. Sin
embargo, el mito creció en otro sentido. Así
que durante cincuenta años -mientras el grupo editorial crecía y amasaba una
inmensa fortuna- se mantuvo en secreto el oscuro pasado del imperio mediático.
La comisión independiente llegó (entre 2000 y 2002) a la irrebatible conclusión
-tal y como aparece en el informe "Bertelsmann y el Tercer Reich"— de
que la editorial se había enriquecido haciendo negocios con los nazis, a través
de la publicación de libros antisemitas, así como panfletos y carteles que
mostraban su fidelidad al régimen, beneficiándose de forma indirecta del
trabajo forzado de los judíos. El ultrarreligioso y antisemita
patriarca Heinrich Mohn había dirigido la empresa durante los 12
años de dictadura nazi, y consiguió contratos que transformaron una pequeña
editorial de libro religioso en una gran empresa mediática. Con casi 20
millones de libros publicados, Bertelsmann se convirtió en el principal
proveedor del ejército alemán. Según el informe, muchos de esos libros que
aparecían bajo títulos como Historias Excitantes, se repartían entre los
soldados en el frente y contenían propaganda nacionalista, antibolchevique y
racista. El estudio de Friedlander demuestra que Heinrich Mohn contribuyó con
dinero y generosidad a la causa nazi. Del mismo modo, palabras como resistencia
o subversión, de las que se jactaba Middelhoff, no se encontraron por ninguna
parte. Tras conocerse los devastadores
resultados de la investigación, la empresa Random House pidió perdón
públicamente: "Lamentamos haber hecho negocios con libros durante la
Segunda Guerra Mundial que son totalmente incompatibles con los valores que
defiende Bertelsmann", decía un comunicado firmado por el presidente del
grupo, Gunter Thielen. Sin embargo, el largo silencio de Reinhard Mohn sobre el
pasado de la compañía provocó malestar entre algunos altos ejecutivos. "Si
sabía algo, y no creo que no estuviera al corriente de lo que su padre publicaba,
¿porqué no dijo nada cuando fue publicada la historia oficial del grupo en
1985?", afirmó un alto ejecutivo de Random House, poniendo en boca propia
lo que otros muchos pensaban. "Es algo desconcertante porque los
empleados se sentían orgullosos de trabajar en una empresa con altos valores
éticos", añade.
[¿Y Will Vesper? No olvidamos a Will
Vesper. Este poeta nazi, lector de la proclama de la quema de libros, fue el
autor predilecto de la casa Bertelsmann durante el periodo nazi.]
En el otro extremo de la cuerda Random
House Mondadori se sitúa a Silvio Berlusconi, accionista —de
sobra conocido— que posee la mitad de la empresa. Como reveló en su día el
diario La Repubblica, el gigante editorial gozó del beneficio de una
normativa a su medida que le permitió resolver una deuda con el fisco, de
cerca de 20 años de antigüedad, por apenas la sexta parte del monto original.
El decreto, debidamente aprobado por Berlusconi, permitía que las editoriales
liquidasen sus deudas pagando sólo el 5% de lo que debían originalmente.
Gracias a esta trampa legal, Mondadori (dirigida por Marina Berlusconi) pagó
sólo 8,6 millones de euros de los ciento de millones que debía al estado. Sin
embargo, en julio de 2011, la suerte le deja de sonreír. Tal y como recoge el
diario El País: "El Tribunal de Apelación de Milán ha rebajado hoy
a 560 millones de euros la sanción impuesta al grupo empresarial del primer
ministro de Italia, Silvio Berlusconi, en concepto de resarcimiento al
conglomerado CIR [...] por los daños patrimoniales causados en la pugna por el
control de la histórica editorial Mondadori". En todo este proceso, que
tiene a Silvio Berlusconi como símbolo y rostro de la editorial, algunos
escritores italianos se plantaron. Es el caso del ensayista Vito Mancuso, quien
tras publicar varias obras con Mondadori se preguntaba acerca de si es factible
escribir ensayos sobre ética, política o moral "si después publico mis
libros con una empresa
que tiene un concepto bastante singular no sólo
de la ética, sino también del derecho". Mancuso habla incluso de una
situación de "tempestad en su conciencia", pues reconoce las
ventajas profesionales de seguir con Mondadori, pero no desea "tener nada
que ver con quien especula con los apoyos políticos de los que goza". En
varias declaraciones invita, de paso, a otros exitosos autores (como Roberto
Saviano, quien paradójicamente había publicado Camorra en Mondadori), a
enfrentar ese mismo dilema. Curiosamente, meses más tarde, Saviano se
enfrentará al problema anticipado por Mancuso, pero desde otra perspectiva.
Durante la ceremonia en la cual a Saviano se le concede el Doctor Honoris Causa
por la Universidad de Genova, éste dedicó su discurso a los fiscales de Milán
responsables de la investigación contra el primer ministro italiano por abuso
de menores de edad, afirmando que "están viviendo momentos difíciles sólo
por haber hecho su trabajo de magistrados". Inmediatamente Marina
Berlusconi, hija del premier y presidenta de Mondadori, aseguró al respecto:
"Me horroriza literalmente que una persona como Saviano, que siempre
declaró querer dedicar toda su energía a la batalla por el respeto de la
libertad, la dignidad de las personas y de la legalidad, llegue a pisotear y
por lo tanto negar todo lo que siempre ha proclamado". Esto deriva en una
efusiva respuesta de Saviano en la que afirmaba que no era compatible su visión
de la literatura con los presupuestos éticos de tal empresa. De este modo
Saviano abandonó Mondadori, afirmando que no se ajustaba a su idea de lo que
debía representar, no sin antes defender la honradez con la que trabajan en la
editorial editores, correctores, etc. Otro autor que salió de Mondadori fue,
por ejemplo, Gustavo Zagrebelsky, reconocido jurista italiano, que señaló que
el conflicto nace de los valores que encarna Berlusconi. "un tema
gravísimo, aún irresuelto".
Esta exposición
de los hechos no pretende ser una crítica, sino el principio de una pregunta.
Quizá debería haber abierto una interrogación al principio. Mondadori —que es
tomado aquí sólo como un ejemplo llamativo- ha publicado algunos de los
títulos más importantes e interesantes de la literatura contemporánea en
España, y este hecho es innegable. Por lo tanto, no se trata de censurar —
evidentemente-, ni de cuestionar el valor de lo literario -como bien señala
Saviano— sino de plantear y plantar) una reflexión más allá de lo estrictamente
literario, más allá del formalismo al que últimamente parecemos estar
destinados y que sólo se plantea cuestiones aislacionistas sobre el medio obviando
toda historicidad y todo contexto. Evidentemente no tengo la respuesta, y no
creo que exista una sola. Lo que sí sería deseable es
que se abriera la posibilidad de debate sobre el tema más amplio de las
relaciones entre literatura y mercado. La pregunta, insisto, sería: ¿debemos
analizar, a la hora de escribir, nuestra situación en el marco de la
experiencia social? [Ahora bien, quizá nada de esto sea necesario, quizá nada
de esto importe].
LO
POLÍTICO COMO POSIBILIDAD
En
el suplemento cultural del diario El País,
Babelia del 17 de septiembre de 2011, hallamos un
texto firmado por Amelia Castilla, quien dialoga con el escritor Isaac Rosa
acerca de su última novela: La mano invisible. Escribe: "Rosa
considera que la influencia ideológica de la novela supera la del ensayo o la
poesía". Así la premisa capital parece evidente: la existencia clara de
una influencia ideológica de la novela. Aquí el problema no es tanto el
concepto de ideología sino el de influencia. En este caso el concepto de
influencia presupone un estado de vacío que el novelista es capaz de rellenar
desde un principio básico de verticalidad: en lo alto de la pirámide intelectual
está el novelista que in-fluye en el lector. De esta forma el escritor opera
como el cirujano ofreciendo una verdad desde lo alto. Aceptando esta premisa,
creer en la influencia de la novela fuera de los márgenes "del mundo
literario" me parece hoy una postura llamativamente delirante. Se trata de
una postura aislacionista, casi formalista, que obvia, evidentemente, la
relegada posición de la novela —como medio— frente a dispositivos mediales más
efectivos a la hora de influir. ¿Cómo medir la capacidad de influencia
ideológica de una novela frente a otros medios? La novela que pretende ser
crítica y política influye únicamente en el universo consensual donde se acepta.
En este sentido, no crea ningún tipo de disenso más allá del necesariamente
autoimpuesto para ser etiquetada como "política" (dentro de un marco
politico-literario que necesita esos gestos de cara al mercado). En este
sentido puede ser una narrativa política pero no crítica, es decir, básicamente
consensual. Este tipo de novelas (como en otras de corte diferente que han
aparecido los último meses, tales como Ejército enemigo de Alberto
Olmos) son generadoras de tensiones en el interior de la política de la novela
pero no son artísticamente políticas. Es decir, generan reflexiones que se
encierran en el interior de la política literaria (formada por instituciones,
críticos, suplementos, blogs, etc.) pero no generan un arte político, en tanto que son básicamente consensúales, o
responden a una lógica con-sensual donde, por ejemplo, el excluido -figura hoy
que sustituye a la difuminada figura de "el pueblo "-que está fuera
debe ser metido dentro a través de la contribución de la novela (o del arte),
es decir, a través de una pedagogía narrativa. El propio Rosa —cuya calidad
literaria aquí no cuestionamos— añade: "La narrativa de ficción es más
eficaz que otras formas de escritura en el sentido de intervenir en el debate
social a la hora de denunciar, sobre todo, por la recepción que tiene, la
manera de ser leída, el propio potencial de la narrativa y que otros géneros
intentan apropiarse. Vemos cada vez más ensayos de base narrativa,
historiadores que parece escriban una novela histórica, filósofos que cuentan
una historia. [...]Ahora mismo se podrían escribir novelas sobre las
condiciones de vida de los trabajadores". Señala Rosa una eficacia de la
novela a la hora de denunciar, pero evidentemente esa denuncia (y la injusticia
derivada) es de sobra conocida por quienes sufren cada día esa injusticia. En
este sentido podemos situar frente a las palabras de Rosa lo expuesto por
Jacques Ranciére en Sobre políticas estéticas: "Los explotados no
suelen necesitar que les expliquen las leyes de explotación. Porque no es la
incomprensibilidad del estado de cosas existente lo que alimenta la sumisión,
sino la ausencia del sentimiento positivo de una capacidad de transformación".
De esta forma, suponer que los trabajadores por leer una novela en la que se
les retrate van a transformar su sentimiento hacia la explotación es excesivo,
o excesivamente utópico (cuando no ridículo). Igualmente es excesivo suponer
que la novela ya sea "por la recepción que tiene" (¿el mercado editorial?
¿la crítica?, es decir, de nuevo, la política literaria), o "por la
manera de ser leída" (¿?), o por "el propio potencial de la
narrativa" (¿potencial económico? ¿potencial mediático?, es decir, de
nuevo, política literaria no literatura política) es más efectiva. Y otra
cuestión: ¿por qué se apropian otros géneros de la narrativa, siempre
suponiendo que la narración fuese patrimonio de la novela? Entre otras
respuestas caben dos: o bien porque vende más (política literaria) o bien,
como extensión de lo anterior, como pedagogía. Entonces podemos preguntarnos,
¿habla Rosa de ideología o de pedagogía? ¿habla de narrativa o de pedagogía?
Esa sería otra (u otras) duda(s). ¿Podemos hablar de una influencia pedagógica
de la novela hoy? De este modo cuando se habla de novela política en realidad
se habla de la política de la novelística, que suprime su condición crítica a
favor de
su condición pedagógica, o de influencia pedagógica
donde el "yo" impone su criterio autorial/con-sensual con el propio
mundo de la novela. Tal vez citando de nuevo a Ranciére podemos apuntar que la
posibilidad de una novela política y crítica puede venir filtrada, al contrario
de lo expuesto por Rosa, por la fuga del sistema novelístico; una fuga hacia un
sistema en el que lo no-literario cumpla un papel importante. Introducir lo no
literario (el documento, la imagen, el archivo) en la literatura, huyendo del
dogma novelístico. Sin embargo, señala el mismo Ranciére, este tipo de arte
provocaría la fractura de la política de la novela con todas sus instituciones ya
que "la realización de esta obra implica la desaparición total del autor,
la anulación de su voz y de su estilo. [...] Implica la casi indescirnibilidad
de su escritura". La paradoja es clara: una novela política sólo puede
existir sobre la fractura de cierto sentido de la política de la novela y sus
instituciones. Así, la novela "llamada política" ahora por la misma
política literaria de los suplementos politiza en un sentido meramente
literario (o como mucho pedagógico). La novela "llamada política" puede
entenderse como "el añadido" crítico que necesita todo consenso -toda
sociedad consensúa!- siendo, así misma, una necesidad de la política literaria
del momento, pero difícilmente puede entenderse como literatura política con
intención de criticar o transformar nada.
UN
CASO PRÁCTICO DE ENTRETENIMIENTO COOL
(O EL APROPIACIONISMO COMO FETICHE)
"Lo
que me interesa ahora es crear relatos fantásticos,
que permitan al lector entrar desde la primera página en un mundo que no
existe, librarse de la tensión de tener que creer en lo que va pasar, como
sucede en las novelas de realismo duro. Los géneros de ficción puros, el
terror, la fantasía, el western, permiten disfrutar de la historia, y yo los
mezclo todos". Estas palabras pronunciadas por un novelista español (en
realidad, muchos podrían suscribirlas) a la hora de presentar su última novela
—una apropiación lúdica de cierta literatura pulp desarrollada durante
el régimen franquista— dan buena cuenta de esa intención de entertainment
cool de cierta literatura basada en la introducción del lector en un mundo
que no existe, liberador de tensiones y basado en un "yo mezclo
todo". Un carnaval de estilos con un objetivo efectista, que fetichiza el
estilo y que hace de lo ecléctico su regla. Un carnaval de estilos que en tanto
se impone como lectura delirante del apropiacionismo carece (en la
desactivación dada por su tránsito de lo crítico a lo lúdico) de carácter
cuestionador
de la institución literaria así como del contexto
histórico-político del que surgen esos estilos. Se trata de una operación
(nostálgica-posmoderna) basada en lo que podemos entender como estética del
centro comercial, donde la mezcla genera momentos de ingeniosidad, de
entretenimiento incluso, aunque su carácter literario se sustenta sobre un
"liberarse de tensiones". Del mismo modo que transitamos por un
centro comercial, abducidos y desconcertados de un espacio a otro, de un escaparate
a otro, aquí vamos pasando las páginas y observamos las diversas mercancías
estilísticas que se nos ofrecen; siendo su objetivo declarado el "hacernos
pasar un buen rato". En un sentido peculiarmente similar, Arturo Pérez
Reverte (desde otro tipo de entretenimiento) lleva su particular acto
apropiacionista en el marco de las saga del capitán Alatriste, donde asistimos
al proceso extremo de mercantilización del estilo. O dicho de otro modo, el
estilo —tanto en un caso como en el otro— es lo que se convierte en fetiche en
estas obras, aparentemente disímiles entre sí. Extraídos los estilos de su
intención contextual se convierten los estilos en fetiches fácilmente manejables,
disponibles históricamente para, a través del disfraz de "lo
ecléctico", revivir como estilos zombis necesarios para el
desarrollo del mercado, que necesita cíclicamente lo que Benjamin Buchloh
denomina "el retorno de lo nuevo" entendido este retorno como la
aceptación de una "vanguardia de pacotilla" y su "carnaval de
estilos", que deshistoriza todo estilo con fines lúdicos y acríticos. Es
decir, que la "validez independiente de estos elementos [...] y su intercambiabilidad
indican que el nuevo lenguaje [...] se ha reificado como estilo, ya no cumple
ninguna intención, sino que remite a sí mismo como mercancía estética inmersa
en un discurso disfuncional". Estamos ante un ejemplo —aunque en nuestra
literatura hoy es abundante- de una forma de entender el apropiacionismo que
toma de éste sólo (y estrictamente su carácter de estilo -tal y como hacen los
medios de comunicación de masas, la publicidad (apropiacionismo tipo
"Corte inglés"), así como los medios propios del poder político—,
estilo bañado a su vez por cierta ironía entre cínica y melancólica, provocando
un apropiacionismo domesticado, que nada cuestiona, ni siquiera a la propia
institución literaria, sino que busca de ésta su conformidad como rareza, en
tanto que a la institución le gusta, como ha apuntado Julián Stallabrass.
"flirtear con lo bajo". El traslado de lo crítico a lo lúdico provoca
una penosa indiscernibildad. De esta forma, como ha señalado con cierta dosis
de melancolía Eloy Fernández Porta, el mainstream es una incógnita
—pero no algo a cuestionar—, que aparece "como factor de oposición que
ocasionalmente puede abrir un espacio". Y esa "ocasión" es,
paradójicamente, lo que pervierte toda posibilidad crítica. Si en las diversas
resurrecciones del ready-made duchampiano había una intención
cuestionadora, en esta resurrección hispana del apropiacionismo sólo queda su
efecto, su darse (sampleado) como producto "vanguardista" sin
vanguardia. Este sentido apropiacionista (desactivado) fundado en el efectista
mezclar todo (por el simple hecho de mezclar) es, precisamente, sobre el que
alertaba Lyotard, hace ya décadas, cuando escribía: "el secreto de un
éxito artístico, lo mismo que el de un éxito comercial, radica en una
dosificación entre lo sorprendente y lo "bien conocido", entre la
información y el código. Tal es la innovación en las artes: se retoman
fórmulas confirmadas por éxitos precedentes, se las desequilibra por medio de
combinaciones con otras fórmulas en principio incompatibles y de amalgamas de
citas, ornamentaciones, pastiches. [...] De tal modo, se cree expresar el
espíritu del tiempo, cuando no se hace sino reflejar el del mercado. La
sublimidad ya no está en el arte, sino en la especulación sobre el arte".
De esta forma —es hora de decirlo— el problema reside en que este entretenimiento
(cool, pero entretenimiento) nostálgicamente posmoderno no es muy entretenido.
Podemos subrayar ahora, en este sentido y a modo de conclusión, las palabras
del artista Gavin Turk: "En realidad, creo que el trabajo del arte es muy
difícil en la actualidad porque se ha alineado con la industria del
entretenimiento y, como entretenimiento, no es especialmente
entretenido".
Nota:
1. Random House Mondadori, S.A., uno de
los líderes en edición y distribución en
lengua española, es resultado de una joint venture entre Random House, división
editorial de Bertelsmann AG, la mayor empresa internacional de comunicación,
comercio electrónico y contenidos interactivos, y Mondadori, editorial líder en
libros y revistas en Italia". En http://www.randomhousemondadori.com/es/quienes-somos/grupo_ editorial
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